Los tiempos eran duros para los que
brillaban ébano en el sur de Estados Unidos por la década de los
locos años treinta. Los sonidos del día se
atropellaban con los de los niños jugando entre palanganas,
animales y campos de cultivo y en la noche
la música gospel se hacía dueña del mismo aire y de las
sombras, espantando las miserias y clamando al cielo un paraíso
hecho a medida de los negros.
Ray disfrutaba de su vida alegre de niño cuando se le
secaron los ojos como tierra agrietada en años de sequía. Otras
almas más apocadas se hubieran quedado ancladas en el camino pero
Ray era tan tozudo que consiguió atravesar el infierno y arribó por
fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua, casi
imperceptibles, que alimentaban una vegetación de sueños raquítica
y que más adelante se convertirían en riachuelos que aumentarían
paulatinamente su cauce. El niño Ray aprendió a leer música en
Braille.
El piano pasó a convertirse en una extensión de su
cuerpo y con él aprendió a dar salida a la melancolía que le
asaltaba en las horas de soledad que le esperaba como espera el
depredador infame a su desprotegida víctima para poseerla por
entero. Sus ojos brillaban tras las gafas oscuras cuando se mostraba
en los conciertos y se tornaban desgraciados y opacos desmadejados en
la soledad sobre la cama. Por ello, se refugiaba en los brazos de sus
numerosas amantes y se casó con la que más le consolaba, su nombre
era heroína.
Ray cosechó grandes éxitos con sus canciones aunque le
llovieran las críticas por cantar gospel con letras populares su
tristeza y su melancolía era directamente proporcional a su
destrucción como persona. Su lucha por los derechos de los hombres y
mujeres de su raza le llevaron a tomar la decisión de cancelar un
concierto en Georgia para protestar por las ubicaciones segregadas.
Catalogado como mejor cantante masculino de todos los
tiempos, murió a los setenta y tres años de edad, después de haber
expulsado todos los demonios de su cuerpo. Fue capaz de ver la música
en otra dimensión, no apta para videntes, y transformarla en
genialidad para los ojos del mundo.
Su melancolía fue el fruto maduro del árbol de la
esclavitud y anulación de los derechos de su raza plantado en los
campos de algodón y abonado durante siglos.
De mi libro "He querido volver", Editorial Cursiva 2016
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